En la mesa

22.11.07 79 Comments

Aunque ya he tratado temas gastronómicos anteriormente –en las entradas Frases a la carta, Vocablos gastronómicos y De mantel largo, además de, tangencialmente, en muchas otras –hay aspectos de la gastronomía que no he tratado. Las manías en la mesa, por ejemplo.

Porque aunque hay situaciones y/o lugares mucho más adecuados para desarrollar manías –recuérdese la discusión sobre las Mañas en el baño –la mesa no está exenta de extrañas costumbres. Y, ya que por la cantidad de alusiones a mis propios escritos esto ya parece una lección de autorreferencia, entraré de una vez por todas en materia. He dejado expresamente fuera las malas costumbres, que serán tema de un próximo escrito. Con ustedes, entonces, manías –para que se entienda en todo el orbe –en la mesa.

No pasar la sal en la mano. Una superstición más extendida de lo que creía, según he podido comprobar departiendo con diferentes comensales. Se supone que tendría un origen histórico: antes el salario se pagaba con sal –de ahí el nombre –y, al pasarla en la mano, en caso de caída generaría una discusión sobre quién asumía la pérdida. Sea como sea, nunca lo he creído. Menos ahora, con la famosa Biosal, supuestamente más sana, pero que viene a sumarse al café descafeinado, leche sin lactosa, leche condensada Light y demás productos desnaturalizados.

Dar vueltas a la comida. No soporto a esa gente que, mientras come, está constantemente dando vueltas a la comida en el plato. Conversa y conversa, opina de todo, pero cuando uno ya terminó de ingerir todos sus alimentos, el odioso/a sigue paseando la comida por el plato, empujándola con el tenedor.

Faenar el plato antes de empezar. Seguro han conocido a alguien que lo hace. Gente que literalmente destruye el plato antes de comenzar a comer. Parte, pica, muele, mezcla, condimenta, todo un ritual antes del primer bocado. Que viene, por supuesto, cuando uno ha terminado de comer, o casi.

Cortar dando vuelta el plato. Nunca he comprendido esta falta de motricidad. Son comensales que, al parecer, sólo manejan una dirección en el arte de cortar con un cuchillo. Entonces, hacen un corte en la comida. De izquierda a derecha, digamos. Y luego quieren cortar en otro sentido. ¿Qué hacen? Rotan el plato de manera que la comida quede en una disposición tal que puedan seguir cortando de izquierda a derecha. A veces me asusta un poco esa falta de capacidad manual. Digo, en algún momento de emergencia no me gustaría depender de sus manos.

Separar lo inseparable. La gente que, por ejemplo, no come arvejas, y para su mala suerte se ve frente a un plato de pollo alverjado. Al velador, si se quiere, para ponerle un poco más de condimento al tema. Y se da a la dura tarea de separar cada una de las arvejas, dejándolas a un lado del plato, con la consiguiente pérdida de tiempo propio y de quien lo acompaña. Lo que en el caso del pollo al velador no es un asunto baladí, por cierto. Además, la tarea requiere mucha concentración, y he visto a personajes transpirar en el proceso. Ni el doctor Artaza las vio tan verdes con José Patricio y Marcelo Antonio como alguien separando las arvejas de su plato.

La combinación de sabores. Hay mucha gente que no soporta combinar ciertos sabores. Lo agridulce, por ejemplo, no le agrada a muchas personas. Eso de comer paté o queso con mermelada, por ejemplo, no es de gusto general. Está bien, tampoco se trata de llegar a la empanada de pino con manjar –que por cierto no está mal –pero un pato a la naranja... Difícil resistirse.

La combinación de colores. Mucho más extraña que la de los sabores, claro. Pero conozco un caso en que la persona no soporta tener en el mismo plato dos colores que no combinen. O sea, betarraga con zanahoria, ninguna posibilidad. Por separado sí, pero jamás juntas. La verdad, no entiendo esta manía, pero agradezco que no haya alimentos con lunares o a rayas, porque sería una variante que complicaría demasiado la situación.

Ahora es cuando ustedes comparten en este espacio sus propias –y ajenas –manías en la mesa. Recuerden no caer en las malas costumbres, del tipo ruidos, codos en la mesa, hablar con la boca llena y demás cosas por el estilo. Dejemos eso a Carreño y su Manual, y a una próxima oportunidad en este mismo espacio.

Por último he de pedirles, estimados lectores, una licencia. Desde aquí lanzo un sonoro chiflido virtual en esta, la entrada número 69 de este blog. Saludos a todos.

Educación sexual, ¡ya!

15.11.07 44 Comments

Este país está desatado sexualmente. La Naty, Carmelo, la subteniente con fotos sexuales en su computador. Suma y sigue. Todo es sexo. Desatado, desenfrenado, pero también documentado, fotografiado y grabado. ¿Qué pasa? Creo que faltó educación sexual. No tengo otra explicación.

¿Alguien se acuerda de las JOCAS? Les hago un breve recuento, por si no las recuerdan, y para los que nunca las conocieron.

Las JOCAS eran las Jornadas de Conversación sobre Afectividad y Sexualidad, impulsadas por el Ministerio de Educación chileno, y consistían básicamente en juntar a escolares a hablar de sexo, en horas de clases. No es un mal panorama para un escolar, me parece.

Se implementaron a partir de 1996, con gran polémica. Demasiado explícitas, dijeron algunos. Antivalóricas, otros. Eso de mostrar condones y pastillas dentro de la sala de clases era novedoso, sin duda. Duraron hasta el año 2000, cuando pasaron al olvido. Sólo quedaron imágenes para el recuerdo, como profesores enseñando a poner condones con enhiestos miembros de goma –habría que investigar dónde fueron a parar esos implementos luego del término de las JOCAS, ¿no creen? –y poco más. Pero algo quedaba claro: de sexo ya se hablaba abiertamente.

De políticas de educación sexual nunca más se supo. Y eso queda de manifiesto hoy, con escolares –y adultos, y militares, y perros y gatos, y sobre todo conejos –dándole duro al tema. Literal y metafóricamente hablando.

Es por eso que, desde esta humilde tribuna, quisiera hacer mi contribución al tema, proponiendo un nuevo programa para instruir a los escolares al respecto. Lo he denominado Jornadas de Demostración y Experimentación sobre Manualidad y Oralidad Sexual, JODEMOS. A continuación, el programa de esta innovadora propuesta, en un esquema, al igual que las JOCAS, de 3 días.

Día 1:
Vocabulario 1.
Primero que todo, aprender a decir las cosas por su nombre. En esta asignatura los jóvenes se instruirán acerca de las alternativas lingüísticas –en el sentido del vocabulario, se entiende –que tienen sobre el tema. Se acabará la hegemonía de los términos –perdonen ustedes –pico, concha, tirar y culiar. Otros sinónimos igualmente vulgares –que no viene al caso citar aquí –serán reflotados desde el olvido y desuso en que han caído, y vocablos como falo, pene, vulva, coito, cópula, cunilingus y felación reemplazarán las vulgaridades actuales.

Vocabulario 2. Ya aprendidos los vocablos básicos, debemos seguir ampliando el vocabulario de nuestros jóvenes. No todo es “Wena”, vocablo por lo demás agotado en sus versiones “Wena Naty” y “Wena Carmelo”. Luego de participar del programa, los jóvenes podrán, en situaciones que así lo ameriten, utilizar un amplio espectro de frases para animar a quienes se estén desempeñando sexualmente.

Composición. Si van a tomar fotografías o videos de carácter sexual, que lo hagan bien. Encuadre, color, uso de picado y contrapicado, texturas, dirección y calidad de la luz, cómo jugar con el ritmo –de los elementos de la composición, se entiende –son parte de esta asignatura, que permitirá, de una vez y para siempre, dejar atrás las fotos y videos subexpuestos o excesivamente quemados, o con la(s) cabeza(s) cortada(s).

Curso práctico 1. Manualidades. Solos(as), en pareja y en grupo, para adecuarse a los tiempos que corren.

Día 2:
Guiones.
Aprovechando el impulso de la industria del cine nacional, esta asignatura intentará dejar atrás la estructura argumental básica de los actuales videos sexuales que se suben a la red y se envían por correo electrónico o teléfonos celulares. No más videos puramente sexuales. La idea es estimular la creatividad de nuestros jóvenes, por lo que se les instruirá acerca de nuevas posibilidades argumentales en sus promisorias –y promiscuas –carreras cinematográficas.

Genética actualizada. No va más con las arvejitas de Mendel. Está bien, el monje será el padre de la genética y todo eso, pero ya a nadie le interesa si la vaina será lisa o rugosa, o si la arveja será verde o amarilla. Actualizándose, y poniéndose a tono con los tiempos, el programa incluye esta asignatura actualizada al máximo, con casos concretos y prácticos, a saber: qué nace de la cruza de dos pokemones, de un pokemón con una pelolais, de un gótico con una pokemona, de un gótico con una pelolais y otros casos de la vida real. De esta manera, los jóvenes podrán elegir a conciencia a su pareja, sabiendo lo que a futuro podría pasar con sus descendientes.

Juguetería. Visita guiada a diferentes sex shops, para interiorizarse –figurativamente –en las últimas novedades del mercado juguetero. Esposas, látigos, disfraces, artefactos de goma, vibradores y muñecas inflables podrán ser sentidos en directo por los jóvenes.

Curso práctico 2. La importancia de la oralidad. En este módulo, los chicos y chicas aprenderán que sus bocas sirven para algo más que hablar pelotudeces.

Día 3:
Curso práctico 3.
Tarea para la casa, el motel o la plaza. Trabajo en parejas o grupal, durante todo el día. En la tarde, entrega final de material gráfico o audiovisual, que demuestre lo aprendido en estas intensas jornadas.

Jornada Final. Conversación franca sobre lo aprendido, exhibición de los trabajos finales, convivencia con galletas y bebidas, gran orgía final.

La vida es circo

11.11.07 12 Comments

“La vida es sueño”, dice Pedro Calderón de la Barca. “La vida es circo”, digo yo. Al menos la mía. Porque haciendo un recuento, todos los días me cruzo con algún espécimen circense. Al menos uno, claro, porque por desgracia, en general son varios en cada jornada.

Este mismo recuento, en todo caso, me hizo ver que no sólo me cruzo con artistas del espectáculo circense, sino que muchas veces me transformo en uno. No es que de improviso me ponga una nariz roja y comience a contar chistes o –ni pensarlo –me vista con una ajustada malla y haga piruetas por el aire. Por supuesto que no (sobre todo lo de la malla).

El circo nuestro de cada día es más sutil que el de las Águilas Humanas. Pasa más desapercibido que el de Los Tachuela. Es menos rimbombante que el de Timoteo, por cierto. Pero no por eso es menos circo, que quede claro.

Aquí, un recuento de los ejemplares circenses que me cruzo en el día a día. Dejo fuera, por obvios, a todos esos personajes de semáforo que simplemente detesto: malabaristas, tragafuegos, contorsionistas y sobre todo, los asquerosos mimos, esa especie que debiera exterminarse cuanto antes. Asimismo, excluyo de mi recuento a los payasos que acaban de pasar por Santiago en la llamada Cumbre Iberoamericana, y que no hicieron sino contar chistes de integración y darse manotazos sonoros pero que no duelen, siguiendo la escuela clásica del tony. La aclaración ya está hecha. Ahora, estimado público, bienvenidos al circo.

El señor Corales. De seguro en otros países –e incluso en otros lugares de este país –se le conoce con otros nombres. Pero básicamente es la figura del dueño del circo, el propietario del show, quien dirige la función y manda quién actúa, cuándo y cómo. El que mueve los hilos, el que corta el queque. El que cada vez que puede, en la casa, la oficina, la calle, el banco o donde sea, nos recuerda con saña que es él quien manda, él quien decide cuándo salimos a la pista, y qué hacemos. Es el jefe sin criterio, el uniformado ídem pero con una dosis de poder, el jefe de sucursal del banco que nos tramita más de lo necesario sólo para demostrar que puede, porque él manda. Odiosos todos los Corales.

El payaso. Es ese terrible compañero de oficina que pasa el día haciéndose el gracioso. Ya lo vivimos en el colegio, con el chistoso del curso, y en la universidad lo mismo. Lo tenemos en la oficina, y si nos cambiamos de trabajo, con seguridad en nuestra próxima ocupación habrá uno. Lo único que les falta es la nariz roja. Y uno que sólo quisiera tener los zapatos de payaso, grandes y pesados, para sacarlos a patadas cada vez que se asoman. Lo peor es que, tal como los payasos profesionales, no logran hacen reír.

El malabarista. Vive haciendo maravillas para no dejar caer las cosas. Siempre fui un observador, viendo cómo, por ejemplo, alguien podía llevar una bandeja cargada de vasos, platos, ceniceros, hielera y un sinfín de accesorios apilados inverosímilmente, sin dejarlos caer. O cómo, en un solo viaje, alguien podía bajar del auto una infinidad de cosas. Desde que soy padre me he convertido en un malabarista más. Bajar del auto con la guagua en su silla, el bolso con los pañales y ropa de recambio, algunos juguetes, chales y demás accesorios, amén del coche y, por supuesto, los efectos personales propios de los padres, puede convertirse en una hazaña. Y yo lo he logrado. Reverencia al público. Aplausos.

El equilibrista. También me he visto en la necesidad de ejercer este oficio. Aquí profundizaré un poco más, puesto que he perfeccionado diferentes números:
En puntillas. Este show se desarrolla en baños ajenos, por lo general públicos, salpicados por doquier de fluidos y desechos a los cuales se debe hacer el quite, caminando de puntillas y con curiosos pasos por el recinto. Sin apoyarse con las manos en superficie alguna, por supuesto, ya que están todas igualmente salpicadas. Un arte derivado de la más absoluta necesidad higiénica.
El flamenco. Citado en los comentarios de las “Mañas en el baño”, consiste en la capacidad de orinar con un pie en el piso y otro sujetando la puerta, en baños donde la cerradura está mala y, claro, el tamaño del recinto permita la maniobra. Créanme que no es fácil.
El secado. Una maravilla de acto. Para entenderlo, debe usted situarse en un restaurante. Está usted comiendo algo con salsa, digamos tallarines, cuando intempestivamente una porción de salsa cae –dónde si no –en su zona pélvica. Luego de maldecir por no haberse puesto la servilleta, corre hasta el baño y lava con abundante agua, y acaso jabón, la zona. La salsa ha desaparecido, pero ahora toda la zona está mojada, dando una pésima impresión. Luego de utilizar todas las toallas de papel disponibles, la única salvación posible es el secador de manos. ¿El problema? Está empotrado en la pared a una altura, obvio, para secarse las manos. Ahora es cuando el acto comienza, con contorsiones inenarrables para que el aire caliente dé en la zona afectada. Lo peor es que el secador siempre está al lado de la puerta, por lo que cualquiera que entre al baño desestabilizará al equilibrista de un portazo. Equilibrismo de alto riesgo. Y sin red.

El animal. No es que uno se cruce a diario con leones o elefantes, con camellos o tigres de bengala. Pero ¿quién no fue alguna vez a un circo de pueblo? Recuerdo la visita a uno que tenía como segunda gran atracción –la primera era un león con pulgas, tiña, una melena a medio caer y algunos dientes que sobrevivían a duras penas –a una jauría de quiltros con distemper que jugaban con un globo, y que eran presentados como “los fabulosos perros futbolistas”. Bueno, perros futbolistas veo todos los días, en cada esquina de esta ciudad de perros en la que vivo. Quiltros sin nombre ni dueño, que corretean a sus anchas por las calles. Intencionadamente dejo fuera a todos los demás animales que me cruzo a diario, choferes de Transantiago incluidos, para no alargar innecesariamente la lista.

Por último, un resumen: mi vida es, en sí misma y al margen de los personajes antes descritos, un circo. Uno pobre, de ésos en los que la misma persona promociona el show con un megáfono en el techo del auto durante la tarde, vende las entradas al comienzo de la función, el maní confitado cuando el espectáculo ya comienza y que luego desaparece, sólo para resurgir forrado en una malla y haciendo acrobacias en el aire, o con una nariz roja dándose cachetadas con otros payasos

Mi vida –y supongo que la de muchos –es la de un artista de circo. De circo pobre, claro. Multiplicándose, trabajando en varias cosas a la vez, haciendo malabarismos. Soy un artista circense, pero de circo sin glamour. No aspiro a trabajar en el Cirque du Soleil. Ni siquiera en Las Águilas Humanas. Lo mío es el circo de pueblo, el circo humilde y anónimo. Yo armo la carpa, vendo las entradas, hago las piruetas, cuento los chistes, apago las luces, desarmo la carpa y sigo al próximo pueblo, donde seguiré con mi rutina. Bienvenidos a la función; aporten con su acto.

Más frases periodísticas

6.11.07 11 Comments

Todo se remonta a los inicios de este humilde blog, allá por febrero de este año. En ese entonces explicité claramente mis intenciones con este espacio: no aportar. Y en esa línea, dentro de las primeras entradas publicadas estuvo la de las frases periodísticas. Claro, así como lo solidario, lo despiadado también debe empezar por casa.

Luego vinieron frases políticas, amorosas, para funerales, de uniformados, farandulescas y otras, a las cuales no les pongo links porque no soporto a la gente en extremo interactiva y que tiene necesidad de linkear todo. El que no ha leído alguno de los temas, se va al archivo del blog y los lee, si quiere. Si no quiere, bueno, no pasa nada.

En fin. Decía que las frases periodísticas fueron de las primeras citadas en este humilde cuchitril virtual. Pero el noble gremio de los apóstoles de la información siempre nos dará más material. Siempre, estoy seguro. Es por eso que aquí, casi un año después, viene la segunda parte de las frases periodísticas.

Me permito recoger algunas aportadas por los entonces aún más escasos, pero igual de fieles que hoy, lectores. Además, claro, de nuevas ocurrencias del gremio. O sea, es una especie de refrito. Como ese arroz supuestamente chino al que se le echan los restos del asado. Como el Strogonoff, que con ese rimbombante nombre no es sino una mezcla disimulada –por lo general pésimamente –de sobras de carne. Entonces, aquí vamos con el refrito periodístico.

Por qué no decirlo. Terrible frase. Si no lo va a decir, no lo dice. Si lo quiere decir, bueno, va y lo hace. Pero eso de advertir previamente que se va a decir algo fuerte, chocante, una afirmación potente, para terminar diciendo cualquier estupidez. Espantoso.

Llama poderosamente la atención. ¿Por qué la alusión al poder? ¿Resabios del pasado? ¿Complejos? Me cuesta entender que algo no pueda, simplemente, llamar la atención. Así a secas, sin poderes de ninguna especie.

Convengamos que. ¿Por qué esta muletilla insoportable? Por lo demás, siempre va seguida, vaya a saber uno por qué, de la frase más obvia, evidente y que genere mayor consenso en la historia reciente. O sea, no hay que convenir con nadie, porque todos están de acuerdo. Son ilaciones, por poner algo relativamente actual, del tipo “convengamos que no es bueno que los carabineros asesinen de un balazo a los niños que molestan a sus hijos”.

Así las cosas. Terrible frase hecha, que no dice nada. Absolutamente nada. Pero, vaya a saber uno la razón, los periodistas la utilizan con fruición. Detestables, tanto la frase como quienes la ocupan.

No es menos cierto. ¿Menos cierto que qué? ¿Les habrán enseñado a los ilustres comunicadores que palabras como “más” o “menos” se ocupan en comparaciones? Esta debe ser de las frases que más me indignan, por lo espantoso e ilógico de su construcción.

Meteórico ascenso. Lo que se llama una paradoja. Hasta donde yo sé –corríjame un astrónomo si me equivoco –los meteoritos bajan, no suben. Entonces, ¿cómo es eso de “meteórico ascenso”? Incomprensible. ¿No será que en vez de meteoritos, la frase se refiere al meteorismo? Vaya a saber uno.

Hoy por hoy. Qué asco. ¿No basta con decir “hoy”? Lo peor es que no falta el ingeniero con humor de tal, o el puro y simple gracioso que responderá “hoy al cuadrado”. El sólo hecho de dar pie a un chiste de esa naturaleza hace que la frase sea detestable.

Una verdadera tragedia. Ya. ¿Y cuáles son las falsas tragedias, oiga?

Lo que es. Peor todavía, “todo lo que es”. Se han visto enlaces en directo en los que periodistas –con estudios universitarios completos, por cierto –cuentan que están “en todo lo que es la marcha…” ¡¡¿¿En todo lo que es??!! Ufff. Luego de eso, pasan a revisar todo lo que son las imágenes de los disturbios. No hay salud.

El muerto fallecido. Sí, es real. No precisamente de uso común, pero se ha visto. Despacho en directo, micrófono en mano y la periodista del canal del angelito se despacha la frase. De culto. Menos mal no llegó al extremo del “malogrado muerto fallecido”. Hubiera sido mucho.

De proporciones. Indica, básicamente, que el periodista no sabe de qué está hablando. ¿De qué proporciones, por Dios? El equivalente a “vengo llegando, está todo en llamas, pero ni idea de muertos, daños ni nada, no sé” es simplemente “el incendio de proporciones”. Cabe recordar que, como se explicara en la primera parte, el incendio, para ser realmente impresionante, debe ser dantesco. He oído, incluso, la expresión “dantescas proporciones”. Una joya.

Ahora es cuando ustedes, amables y apreciados lectores, se acuerdan de todas esas frases que faltan aquí y entre todos descueramos al terrible gremio periodístico. Por lo demás, no creo que vaya a ser muy difícil.

Espérenme

6.11.07 5 Comments

Estimados/as, les ruego esperar por un pronto post. He estado fuera de circulación los últimos días.

Mientras, una conclusión: la encuesta no hizo más que confirmar lo esperado. A saber:

La gran mayoría de quienes responden la encuesta dice responder las encuestas.
Un par declara no saber, lo que me parece una ignorancia supina.
Algunos bipolares y/o mentirosos responden que no responden.
Cerca de 600 mil visitantes vieron la encuesta y, fieles a sus convicciones, no respondieron, lo que hace que, de lejos, sea la opción preferida.

Ya, viene luego un nuevo post. Mientras, nueva lección de Insoportables.