Olor a regreso

30.7.08 20 Comments

He vuelto. Luego de una larga ausencia, agobiado por múltiples responsabilidades y tareas, he regresado. Como diría Shakira, estoy aquíiii.

Este tiempo de retiro de las pistas blogueras me ha hecho cuestionarme ciertas cosas. Laborales, principalmente. Veo que hay gente que se entretiene en su trabajo. Que goza haciéndolo (el trabajo, se entiende). Hay otros que, haciendo un trabajo que no los hace taaan felices, ganan mucha plata. Y eso los compensa. Hay otros, sobre los que no me referiré para evitar caer en insultos, que además de disfrutar de lo que hacen ganan mucha plata. Y bueno, uno entra a cuestionarse, ¿no?

Más todavía cuando uno se da cuenta de que hay gente a la que le pagan por hacer algo que no es necesario, y encima lo hace mal. ¿Me explico?

El otro día fui al supermercado. A más abundamiento, y ya que estamos en tono de queja laboral, se trataba de un local de la cadena aquella que tiene como rostro a una insufrible señora que tiene un cargo inexistente y que hace como que trabaja y cobra un sueldo millonario por hincharnos las pelotas. Perdonen el exabrupto, pero es intolerable.

Bueno, estaba yo en el supermercado (por suerte no había música de Arjona) y me dirigí, por encargo de mi legítima esposa, al pasillo de la limpieza. Un misterio absoluto para mí, pero ahí me encontraba, frente a los limpiadores de pisos. OK, ¿cuál llevo? Y cuando me encontré en la disyuntiva de elegir, ahí sí me vino la ira. ¿Han notado los nombres de los olores de estos productos? Son terribles, pero no fue tanto eso lo que me indignó, sino que ¡le pagan a alguien para que invente esos nombres!

Sí, fue una larga introducción para llegar a esto: los insólitos nombres de los aromas de los productos de limpieza y desodorantes ambientales. Por esta vez, me centraré en los limpiadores de piso de una marca, que no citaré.

Bebé: ¿por qué demonios alguien podría ponerle “bebé” a un olor de limpiador de pisos? Buena pregunta. Procedí, ya que estaba en esta investigación, a abrir el envase para ver de qué se trataba. INSOPORTABLE. El día que conozca una guagua con ese olor, arranco. De sólo imaginarme que mi hija pudiera oler así me dio angustia. El olor dulzón es terrible, pero lo peor, sin duda, es el nombre. Cerrar el envase y pasar al próximo.

Marino: OK, con este tuve miedo al abrirlo. ¿Se trataría de olor a mar, o a tripulante naval transpirado? Nunca se sabe con estas cosas, así que con cuidado acerqué mi nariz al envase recién abierto para descubrir que el aroma trataba –sin lograrlo, por cierto –de imitar el olor del mar. Un olor medio salobre, que definitivamente no tendría en el piso de mi casa. Next.

Frescura glaciar: en serio. Hay un aroma de limpiador de pisos que se llama frescura glaciar. Y no sé, me pareció como ecológico, con todo esto del calentamiento global. Bien por ellos que fomentan los glaciares, o lo que va quedando de ellos. Así que lo abrí. Gran error. Un aroma indescriptible, en ningún caso agradable, y definitivamente de ninguna manera parecido a como huele un glaciar. A todo esto, ni siquiera sé si un glaciar tiene olor. La única vez que estuve en uno hacía tanto frío que tener la nariz tapada era un tema de supervivencia.

Primavera: se lo podrán imaginar. Dulzón, insoportablemente dulzón. El nombre, además, me pareció uno de los menos originales, y la cantidad de flores en la etiqueta simplemente me descompuso. Descartado.

Rocío: volvemos al tema del glaciar. ¿Aroma a rocío? Por favor, ¿qué creen que somos?

Lavanda: obviamente el menos original de los nombres. Pero a mí me gusta bastante el olor a lavanda, me recuerda a mi infancia. Así que lo abrí, para sentir ese olor. La lavanda de Chernobyl me invadió por completo. Si eso es lavanda, estamos todos enfermos de la cabeza. Atroz.

Espíritu joven: noo, si ya lo dije más arriba. Que te paguen para inventar nombres de aromas de limpiadores de pisos, pasa. Pero ¿salir con algo así? Deberían despedir inmediatamente al que se le ocurrió esa denominación. Ni siquiera lo olí, porque la sola posibilidad de que alguien me dijera, al entrar a mi casa, “mmm, qué buen/mal/raro olor... ¿qué es?” y tener que responderle “espíritu joven” me hizo desistir.

Frescura frutal: cuando quiero frescura frutal, me voy al sector de las frutas y verduras. Si tuviera más presupuesto, me iría al Caribe a comer papayas, mangos y toda clase de frutas exóticas. Pero más olores dulzones, y esparcidos por mi casa... nonono, eso sí que no. Aunque hay que reconocer que el creativo de los nombres se esmeró.

Brisa polar: no veo qué tan diferente a la frescura glaciar pueda ser este aroma. Me suena a que se les pasó la mano con algún ingrediente secreto del frescura glaciar que hizo que una partida quedara parecida, paro no igual. Me imagino el pánico de los ejecutivos, diciendo “¡vamos a perder toda esa producción!”. Y justo entonces aparece el superhéroe creativo, que los calma, abre el frasco, lo huele y les dice: “efectivamente, esto no es frescura glaciar. Pero calma, no todo está perdido. Esto es (huele nuevamente)... brisa polar”. El júbilo se apodera de los ejecutivos, pero para mí este invierno ha sido suficientemente frío. Paso.

Fragancia marina: de nuevo, poco original. ¿Qué diferencia puede tener con el “Marino”? De hecho, me hace pensar que, en efecto, ése sí era olor a tripulante sudado, y éste es el que busca asimilarse al aroma del mar. Pero la posibilidad de tener mi casa con olor a caleta, pasada a pescado. No gracias.

Bosque de bambú: “ahora entiendo por qué los pandas están en peligro de extinción”, pienso cuando veo este envase. Pero lo abro, lo huelo y definitivamente no tiene bambú. No faltará el panda desesperado y drogodependiente que se tome un trago del verde líquido y quede feliz con sus probables efectos alucinógenos y su aceptable aroma, pero así como bambú, no es. Eso seguro.

Caricias de algodón: sí, hay un aroma que se llama así. Caricias de algodón. De algodón hidrófilo, le faltó llamarse. Siempre me gustó esa palabra: hidrófilo. En serio, desde chico. Algodón hidrófilo, suena bien, ¿no? Bueno, era otro aroma medio dulzón, así que lo descarté. Aunque les confieso que si se hubiera llamado “Caricias de algodón hidrófilo”, lo hubiera comprado. ¿Ven cómo hacen mal su trabajo estos creativos?

Aires navideños: sí, con envase rojo, con ramas de pino, esferas doradas y toda la parafernalia navideña. ¿El olor? Indescriptible, como todos. Tratando de tener algo de pino (del árbol, no de la empanada o el pastel de choclo), un dejo dulce. Espantoso.

Y ése es el recuento. ¿Cuál llevé finalmente? Bosque de Bambú. Me imaginé tomando shots del líquido verde junto con un panda, sentados en el living mientras conversábamos sobre la conservación de los bosques, la falta de alimento y la gente que hace mal su pega. No me pude resistir, claro.

Pero vuelvo al punto inicial: ¿Cómo puede ser que a alguien le paguen por inventar semejantes pelotudeces? ¡Yo quiero un trabajo así! Si puestos a inventar idioteces, yo también puedo. En serio.

Y bueno, aquí viene la participación de ustedes. No sé muy bien cuál puede ser. ¿Más aromas? Claro, los desodorantes ambientales y corporales, las colonias, jabones, todo lo que tenga aroma da espacio (y trabajo, y plata) a creativos que imaginan nombres de fantasía. ¿Más trabajos que no deberían existir? Ufff, son miles. ¿Experiencias propias con los aromas? Por favor, compartan. ¿Propuestas de aromas alternativos? Es una buena idea. El turno es de todos ustedes, amables lectores.