Post coprolálico

29.12.09 15 Comments

Vuelvo para cerrar el año. Esta vez no haré un recuento, ni mi lista de propósitos para el próximo. Pensé hacerlo, lo reconozco, pero constatar que se termina otro año y no logré parapetarme me tiene deprimido. Aunque logré otras cosas que me propuse, por cierto, como probar el mote con huesillos. En fin.

Vuelvo, eso es lo que (me) importa. Y para hacerlo, tomo prestada una idea de Kareeenyeah (no me pregunten el nombre real, que no lo sé), surgida de una pregunta que me hiciera en Twitter, o más bien en formspring.me: ¿por qué los chilenos ocupamos órganos genitales para referirnos a cosas buenas o malas? Y ahí, respondiéndole, me dije a mí mismo: “mismo, esto debería ir al blog”. Así que aquí vamos.

Como el pico: esta expresión, así como sus variaciones “como la corneta”, “como la callampa” y tantas otras, se utiliza para denotar algo malo. Negatividad pura: “me fue como el pico”. Ahora, la cosa no es tan simple como parece. Si bien ocupo a veces esta expresión con el sentido ya descrito, cabe la posibilidad de que alguien la ocupe con el sentido contrario: para describir algo como bueno. ¿Qué pasaría, por ejemplo, si una mujer de mala vida (otro término confuso, por demás) dice que algo le salió “como el pico”? Lo menos que hace es llamar a engaño, considerando que dicho elemento es, en último término, el que le permite subsistir. Paradojal, por lo menos.

La zorra: la lógica supondría que es el equivalente femenino de “como el pico”, y que se utilizaría para describir cosas negativas. Pero no. Algo “la zorra” es bueno. ¿Feminismo? Ni en broma, sino machismo. Haga un simple cálculo: el macho recio va caminando y de improvisto se encuentra con un pico. ¿Bueno o malo? ¡Como el pico, obvio! Pero, ¿y si va caminando y se encuentra con una zorra? ¡La zorra! Más claro echarle agua.

La raja: utilizado para referirse a algo bueno, “la raja” menos inapropiado, en muchas ocasiones, que “la zorra”. Vaya a saber uno por qué, su uso es mucho más común que el de la mentada raposa.

Como las huevas: referido a algo malo. Aplica la misma lógica que con “como el pico”. Mal que mal, son bastante cercanos.

Como el hoyo: también usado para denotar negatividad de algo.

Teta: menos extendido, también se utiliza para describir algo bueno. He escuchado la variación “teta de monja”, aunque desconozco exactamente a qué apunta. En todo caso, podría interpretarse como “reverenda teta”, símil femenino –y por tanto, opuesto en su significación positiva/negativa– al “reverendo pico”, que denota algo muy malo.

Pero si creían que con esto quedaba todo dicho, se equivocan. Porque el tema es más complicado. Por ejemplo: “me fue la raja” se usa para decir que me fue bien, pero “me fue como la raja” significa que me fue mal. Lo mismo con “la zorra” y “como la zorra”. Ahora, lo curioso es que “como el pico” y “como las huevas” no tienen sus contrapartes positivas, que tendrían que ser “el pico” y “las huevas”, respectivamente. Complejidades del lenguaje.

A ver, estimado, estimada, ¿cómo es su experiencia con estos términos? ¿La raja? ¿Como el pico?

Siniestro regreso

4.12.09 16 Comments

Después de meses sin aparecer por estos lados, el destino me impulsa a retomar. No lo busqué, lo juro, aunque siempre está ahí, parpadeando, la tarea pendiente. He estado dedicado a otras cosas, y Twitter ha saciado mi necesidad de transmitir no aportes (@elquenoaporta, a todo esto). Pero bueno, ya está dicho: el destino se encargó de hacerme volver. Así es que aquí vamos.

Todo comenzó cuando una de las paredes de mi departamento –la pared del living, para ser más preciso- comenzó a evidenciar una filtración. Da la casualidad que al otro lado de dicha pared, se encuentra el lugar donde va la lavadora. Por el muro pasan las cañerías, claro. Y las cañerías, aunque no deberían, filtran.

No quedó más remedio que llamar a un maestro para que arreglara el problema. O, como reza esa espantosa expresión, “tuve que saber llamar a un maestro”. Llegó el hombre a evaluar la situación. Rápida inspección ocular y el diagnóstico lapidario, pero esperable: “hay que dentrar a picar”. Pero no sería en ese momento, claro, sino al día siguiente.

Y llegó el día D. Jueves en la mañana, y el maestro se puso a destruir. Nada que pueda gustar más al gremio. A punta de combo y cincel, desnudó las cañerías hasta ese entonces ocultas en la pared. Y tanto las desnudó, que la logia quedó directamente comunicada con el living. A través de un acotado agujero, es cierto, pero comunicada. En eso se encontraba concentrado el hombre cuando llegó la hora del hambre, y el maestro se fue. No solo sin arreglar la filtración, sino incluso sin encontrarla. No volvió más.

Reapareció el maestro casi una semana después, como si nada. Y encontró, luego de algún rato, la filtración. Y se puso manos a la obra. Pero lo que parecía una simple tarea se convertiría en lo que solo puede convertirse un trabajo de gasfíter: un verdadero desastre.

Ya descubierta la cañería y ubicada la filtración, la cosa era simple: soldar y ya. Y claro, el maestro sacó su soplete, lo prendió, reguló el oxígeno de la llama –no fuera la soldadura a quedar mal hecha- y comenzó el arreglo. Póngale llama maestro. ¿El detalle? Al otro lado de la pared se encontraba el sofá del living: un modelo bastante estándar, comprado en multitienda, de eso que hoy se da en llamar ecocuero, como tratando de dar un sustento ecológico a la simple imposibilidad de solventar un sofá de cuero real. En fin, el sofá de tres cuerpos que llena buena parte del living.

Quiso Murphy, y el maestro, que allí estuviera el sillón. Y quiso también que la llama del soplete pasara directo a través del hoyo en la pared. Dicen –no me consta- que el cuero verdadero no se quema aunque se le acerque una llama. El ecocuero sí. Y no sólo se quema, sino se prende. Con llamas, material derritiéndose y todo eso. Con escándalo. Palabra de maestro.

Cuando el personaje logró darse cuenta del siniestro en ciernes, corrió a apagarlo. Lo único que encontró a mano –o lo primero que agarró, al menos- fue un cojín guatemalteco bordado a mano, traído directamente de la luna de miel. Logró apagar el fuego. A costa del cojín, por cierto. Se alcanzó apenas a salvar el mejor cuadro existente en este hogar, colgado justo en esa pared. Y como si fuera poco, el maestro se quemó una mano, por lo que partió –nuevamente sin arreglar el desperfecto- a algún centro asistencial.

Y aquí estamos, con el living aún conectado a la logia, un sillón seriamente dañado, un cojín inservible y sin poder usar la lavadora. Del maestro, ni rastro. Ahora pienso que la pintura inflada en la pared –ni tan visible detrás del sillón- no era tan terrible. Al menos no comparada con la situación actual.

¿Lo peor de todo esto? No me extraña que haya pasado. Los maestros en general, y los gasfíteres en particular, son desastrosos en este país. No hay caso con ellos, por más que prometan eficiencia, experiencia, seriedad… son un espanto. ¿Lo bueno? Ahora puedo decir, con propiedad, que sufrí un siniestro. Pude incluso quedar damnificado, algo que puedo incluir al momento de contar la historia. No es lo mismo que parapetarse, pero peor es nada.