The Social Network (o una pésima reseña de una buena película)

29.10.10 13 Comments


Partamos sincerándonos: no soy crítico de cine, ni pretendo serlo. De hecho, aunque me gusta, voy poco a ver películas. Trabajo, vida familiar. Bueno, razones –excusas, si se quiere– hay muchas. El punto es que esta semana fui a ver The Social Network. La película, no la persona, se entiende. Y aunque, ya está dicho, no soy crítico de cine, acá va mi opinión.

Para comenzar, no iba muy motivado. Aunque tengo cuenta de Facebook, no me gusta. Demasiado tiempo, demasiada información, gente de la que no me interesa saber –no toda, claro, pero mucha–, demasiado de todo. Yo fui de los que pasó del blog a Twitter. En Twitter me quedé, aunque a veces, cada vez menos, vuelva al blog. ¿Una película de Facebook? Partíamos mal, aunque había leído algunos buenos comentarios.

La película es entretenida, de eso no hay duda. La historia de la creación de Facebook, con Mark Zuckerberg robando la idea, traicionando a su mejor –único, en realidad– amigo, los juicios… todo funciona. Buenas actuaciones (incluso de Justin Timberlake, en el papel de Sean Parker, fundador de Napster y socio minoritario de Facebook), buenas tomas (mal que mal, dirige David Fincher) y una banda sonora espectacular, obra de Trent Reznor, de Nine Inch Nails.

El papel de Zuckerberg, interpretado por Jesse Eisenberg, es notable. Un nerd en toda su expresión (como probablemente sea el personaje en el que se basa), con un sentido del humor bastante especial y una falta de adaptación social casi sin límites. Un nerd de libro, básicamente.

Sorprende ver a actores desconocidos –al menos para mí– a los que se les cree, probablemente porque no están encasillados ni identificados con otro personajes o con un tipo de papeles determinados.

Dicen –¿han visto expresión pero que “dicen”, tan etérea, tan poco confiable? – que debería tener varias nominaciones al Óscar. Me juego por banda sonora y mejor dirección, por lo menos. No es que se las vaya a ganar, pero nominación, creo que sí.

Releo lo que he escrito y no me gusta nada. No refleja lo que quería decir. Ni modo, ¿dije que no soy crítico de cine? Eso me pasa por meterme a comentar de cosas de las que no tengo idea. Sé, eso sí, que la película me entretuvo, y que si alguien me pregunta –cosa poco probable, en cualquier caso– se la recomendaría. Y sé también que tengo que empezar a ver películas con menos prejuicios, o acostumbrarme a la sorpresa de encontrar una buena película donde esperaba encontrar un desastre. Tal vez sea la mejor opción.

P.D. La foto la "tomé prestada" de Andes Films. No vaya a ser cosa que por no citarlos se me enojen. Si ellos la tomaron prestada de otra parte, ni idea.

A tomárselo con humor

20.5.10 60 Comments


¿Cómo puede el humor, ese atributo tan valorado, presumido, anhelado en tiempos “normales”, ser sin embargo despreciado, negado e incluso censurado en momentos difíciles? ¿Qué es lo que nos arrastra a esta suerte de bipolaridad social, que nos lleva a renegar de todo lo que huela a mínimamente gracioso cuando estamos en problemas?


Millones y millones se pagan a los humoristas para que nos hagan reír cuando tenemos motivos de sobra para hacerlo, pero ¡ay! de quien ose hacer un chiste cuando los ánimos están a mal traer. Paradójico el humor: cuando más se le necesita, menos se le acepta.


“La risa abunda en la boca de los tontos”, recuerdo haber escuchado en mi infancia. Errónea apreciación. Nefasta, por la relación –confusión, acaso– entre risa y humor. Desde niños nos enseñan a ser serios. A comportarnos “como corresponde”. A actuar apropiadamente, a sentarnos derechos, a no interrumpir a los mayores. A adecuarnos a las normas y usos sociales, al fin.


Ya adultos nos damos cuenta de que el humor no es tontera, sino al contrario, muestra de inteligencia. Pero ya es tarde. Porque el humor no se compra en la farmacia. El humor se aprende, se absorbe desde niño. Se cultiva. Sobre todo se cultiva. Para el que no lo hizo a tiempo, no hay vuelta atrás. ¡A enseñárselo a nuestros hijos!


Lamentablemente, incluso quienes habitualmente gozan de un notable sentido del humor reaccionan ariscos ante un chiste lanzado en un momento “inoportuno”. ¿Qué hay detrás de eso? Tal vez son los sermones de padres, profesores, adultos en general, que cuando niños nos enseñaban lo que debía y no debía hacerse, que vuelven a nuestra mente. Resuena la letanía no-te-rías-no-te-rías-no-te-rías-no-te-rías. Eso no es divertido, eso no es gracioso. Eso no, eso no.


¿Por qué no? Si es socialmente aceptado como un atributo deseable, ¿por qué limitarlo? ¿Por qué reservarlo para ciertas reuniones sociales, momentos acotados de nuestra vida? No podemos –no corresponde, nos enseñaron– sacarlo a relucir en reuniones formales, momentos solemnes, situaciones complicadas. Cuando de verdad se lo necesita.


Tengo algunos recuerdos tristes de mi vida. Momentos difíciles, pérdidas, dolores que llevo conmigo hasta hoy. Sin embargo, no recuerdo ninguno de ellos sin algún espacio de risa, de humor intenso. Carcajadas algunas veces, risas solapadas las más. Los momentos de mayor–y más negro– humor de mi vida han sido durante trances difíciles. Funerales, momentos de dificultad familiar o personal. Siempre la risa me ha ayudado.


El humor, me he convencido a lo largo de mi vida, es una manera de ser. Una forma de enfrentar la vida. Y no hablo de andar de payaso por el mundo, de ser el bufón de la corte. No se trata de eso, sino de tener la capacidad de ver lo divertido, lo ridículo, lo gracioso que encierran todos los momentos de la vida, por difíciles que sean. La capacidad, también, de reírse de uno mismo, que es –creo– la base sobre la que descansa el verdadero humor.


No todo puede ser tan grave. Venimos al mundo –y muchas veces nos vamos de él– entre llantos. ¿Por qué no tratar de compensar esa inefable verdad riéndonos a destajo, con dolor de guata y lágrimas, mientras podamos? “Con la muerte no se hacen bromas”, he escuchado una y otra vez. ¿Por qué no? ¿No vamos todos, acaso, irremediablemente en esa dirección? ¿Qué es lo que hace, o debería hacer, a la muerte tan sagrada que no podamos reírnos de ella mientras tenemos tiempo? Mal que mal, finalmente será ella la que se ría de nosotros, por lo que deberíamos al menos tomarle un poco de ventaja.


Seamos más insolentes, menos serios, más graciosos y menos severos en nuestra vida. Pero hagámoslo bien: pongámoslo en práctica cuando parece que no se puede, cuando todos nos censuren por hacerlo. Cuando la reprobación sea generalizada. Reventemos el contexto, mostremos que, sin dejar de lado los sentimientos difíciles, podemos reír. Seamos subversivos, refractarios, ganémosle el espacio a la seriedad, el dolor y la tristeza a punta de humor. ¿Que ese humor es demasiado negro? Tal vez, pero me tiene sin cuidado: no soy racista.

Las cañas

18.1.10 67 Comments

La caña, conocida también como resaca, estar con la mona o –para quienes gustan de usar anglicismos, hangover– es ese terrible despertar con secuelas luego de una noche desordenada. Aunque la más común –o al menos la más conocida– es la clásica caña producto del exceso de alcohol, no es la única. Porque hay muchas sustancias, situaciones, circunstancias que pueden desencadenar estos síntomas. Y por supuesto, las soluciones para cada uno de estos cuadros es diferente. Eso cuando hay solución, porque hay cañas irremediables.

A continuación, una breve reseña de algunas cañas. Con seguridad no son todas las que existen. Pero para completar la lista están ustedes, estimados, estimadas. De seguro varios de ustedes tendrán experiencia al respecto.

La caña alcohólica: es, ya está dicho, la más común. Luego de una noche de desenfreno etílico, el despertar de la mañana siguiente suele ser cargado al dolor de cabeza, problemas estomacales y boca reseca, pastosa. En muchos casos se suman los ojos rojos y ardiendo, lo que en conjunto con los demás síntomas, puede ser un verdadero infierno. ¿Soluciones? No muchas: ingerir líquido en grandes cantidades, tratar de dormir algunas horas extra, tomar paracetamol o algún otro calmante del dolor. Evitar, por supuesto, los decibeles excesivos.

La caña de cigarro: menos conocida que la caña alcohólica, la caña de cigarro se manifiesta principalmente en la garganta rasposa, la voz un par de tonos más baja que lo habitual y algo de tos. Dependiendo de la cantidad de tabaco/nicotina/alquitrán aspirados, los síntomas serán más o menos intensos. Se suma, por lo general, una aversión intensa al olor a cigarro, que obviamente impregna la ropa, el pelo y todo, todo lo que lo rodea. ¿Solución? Ninguna. Los remedios para el dolor de garganta algo alivian, pero créanme, no demasiado. Solo queda esperar a que pasen los síntomas. Paciencia, y no se le ocurra prender el primer cigarro del día en horario AM.

La caña electoral: es la que afecta a los perdedores al día siguiente de una elección. Esa amargura en la boca, esa sensación de haber podido hacer algo para obtener el triunfo, la idea de que el vencedor no merecía la victoria. Los síntomas son más o menos severos dependiendo del compromiso político del afectado. Generalmente, mientras más comprometido, mayor caña. En el Paradójicamente, son los más afectados quienes primero se recuperan. Asimismo, quienes mayor responsabilidad tienen en la derrota –por lo tanto, los mayores causantes de la caña– suelen no sufrir de la misma. A los afectados, solo les queda tener paciencia y resignarse. Tarde o temprano pasa.

La caña moral: aparece luego de una noche que, por lo general, combina varios desenfrenos. Suele ir acompañada de la caña alcohólica y/o la del cigarro. Aparece cuando en la mentada noche se cometieron actos reñidos con la propia moral, conciencia, costumbre o cualquier otro término similar. Obviamente, mientras más severos y acotados sean los propios límites violados, mayor será la caña. El único remedio posible es flexibilizar las normas. Déjese de joder metafóricamente y hágalo literalmente, es mucho más sano.

Y usted, estimado, estimada, ¿qué experiencia tiene con las cañas? ¿Alguna mala experiencia mañanera que compartir?