A estas alturas del año, todo el mundo entra en una catarsis de recuentos. Ni siquiera voy a hablar de los canales de televisión, donde en estos días campean los programas del tipo “Lo mejor del año”, “Lo bueno, lo malo y lo feo del año que termina”, y otros por el estilo. Tampoco de los diarios y revistas, que publican especiales del tipo “Anuario 2007” o “El año en imágenes”, mostrando una innegable originalidad.
Todo eso me parece aceptable. Lógico, si se quiere. Al fin y al cabo, se trata de medios de comunicación, que se dedicaron todo el año a informar lo que pasaba, por lo que es entendible que cerrando el año quieran hacer un recuento.
Lo que de verdad no soporto es el recuento personal, el que hace el vecino, el ciudadano de a pie, el que te dice “y en este año que termina, ¿qué fue lo mejor y lo peor que te pasó?”. Dan ganas de contestar algo como “lo mejor, no sé. Pero lo peor, seguro que la pregunta que me acabas de hacer”. Pero como siempre hay algo peor, existen esos recuentos grupales, mientras se toma cola de mono y se reparten regalos de amigo secreto. Eso sí es insufrible.
Como aquí una estimada concurrente a este espacio me ganó haciendo un balance de lo que no se hizo, y no estoy dispuesto a hacer uno de lo que hice, no me quedó alternativa: tengo que entrar a ese otro detestable grupo de personas que se proponen metas para el próximo año. Del tipo “sonreiré más”, “miraré más puestas de sol” o “le diré a más gente que la quiero”. Todas esas cosas que está muy bien hacer, pero que no son para andarlas publicando, por la entrañable cursilería que conllevan.
Así, pues, viene mi lista de las cosas que me propongo hacer durante este 2008 que se viene encima a pasos agigantados.
Aprovecharé mis vacaciones. Tengo bastantes, he de reconocerlo. Pero generalmente se me pasan sin siquiera notarlo. El próximo año las disfrutaré, como siempre, pero haré cosas que el resto del año no tengo tiempo de hacer.
Comeré más. Aunque el cinturón se resista, y los botones de mis pantalones rueguen piedad, no les daré tregua. Me gusta comer, y lo haré más que hasta ahora.
Me parapetaré. Este año sí que lo logro. Ya veré cómo, dónde y por qué razón, pero este año tengo el firme propósito de parapetarme. Y luego contarlo, claro, porque lo interesante, además de parapetarse, es poder conjugar el verbo mientras se cuenta la peripecia. Algo como “entonces me parapeté, porque [...] y mientras estaba parapetado [...] y llegaron los demás, y les grité ‘parapétense conmigo’[...]”.
Trabajaré menos. Sí, como lo leen. Sé que es difícil, pero estoy seguro de que con esfuerzo puedo lograrlo. Pondré mi granito de arena –o lo sacaré, como prefieran mirarlo –para que entre todos sumamos al país, al mundo tal vez, en una cada vez más profunda inoperancia e improductividad.
Comeré algo que nunca haya comido. Además de comer más, comeré cosas nuevas. Se me ocurren algunas. ¿Me creerían si les digo que nunca he probado el mote con huesillos? Por separado sí, pero el clásico mote con huesillos helado, en vaso plástico, nunca. Ahí hay tarea.
Comeré algo con nombre complicado. No sé si el paralelepípedo de queso de cabra marinado al aceite extra virgen de oliva con tomillo, tomate confit, prosciutto de jabalí, con salsa de olivo y hoja del campo o el lomo de cordero a las tres pimientas, ensalada del campo refrescada en una tormenta de menta o algo por el estilo. Pero algo con nombre sofisticado voy a comer, seguro.
Tomaré más Coca Cola. Aunque haga mal para todo, es algo que no puedo evitar. Además ya dejé el cigarro, así que la Coca Cola permanece, fiel junto a mí. La tomaré, sin excepción, helada. Tomarla natural es un sacrilegio.
Dejaré la cerveza. En el refrigerador, eso sí. Así, cuando llegue a tomarla, estará helada. Y la tomaré michelada.
Aguantaré menos la estupidez. No es que nunca la haya aguantado mucho, pero durante 2008 haré esfuerzos concientes por aislarme de las personas estúpidas que me topo en la vida. No busco rodearme de aspirantes al Nobel ni mucho menos –tampoco se trata de ser uno el idiota –pero sí seré intransigente en un nivel mínimo de sentido común. Y que nadie me venga con el cliché de “el menos común de los sentidos”.
Seguiré con mi blog. Cómo no. Aquí estaremos, dando la batalla por un mundo menos productivo, más dado al dato inútil, a la divagación ídem, al comentario que hace más amena la siempre dura jornada laboral.
Y ustedes, ¿qué (des)propósitos se hacen para el próximo año?