Yo trabajo. Me encantaría tener plata suficiente para vivir sin hacerlo, pero ya ven… no tengo tanta suerte.
Ayer, muchos supieron –en parte– en qué trabajo, o he trabajado. Un medio se encargó de difundirlo, como si tuviera algún valor periodístico. Otro replicó la información, con serias imprecisiones.
De todo esto saco algunas conclusiones:
1. No me equivocaba cuando empecé, en 2007, mi blog bajo un seudónimo, o cuando en 2009 comencé en Twitter bajo la misma chapa. ¿Por qué lo hice así? Porque sé de los prejuicios de este país, y no quería que mi nombre, colegio, universidad, familia o profesión influyeran en cómo se leían mis opiniones. Durante casi 5 años opiné de todo, y las opiniones se pesaron por sí mismas (en su escaso o nulo peso), no por quién las emitía. Creo que fue un acierto.
2. La idiotez abunda. Ser incapaz de diferenciar lo que hago profesionalmente de lo que tuiteo u opino de manera personal no resiste análisis. La diferencia está en que hay muchos, demasiados, sentados cómodos frente a sus computadores o con sus smartphones, guerrilleros de escritorio, disparando a lo que se cruce. Sigan ahí, yo también lo haré. Pero también voy a hacer algo en 3D. De los que mezclan, además, temas familiares, ni siquiera voy a hablar. Sería darles una importancia que no tienen.
3. Trabajar para o en un gobierno no significa estar de acuerdo con todo lo que hace. Conocí a muchos que, sin compartir la ideología política del gobierno, hacen un tremendo trabajo en sus áreas. Mientras se pueda mantener libertad para opinar, la pega es pega. Si me hubieran pedido censurarme o medirme en mis comentarios –cosa que nunca hicieron– no lo hubiera aceptado.
4. Voy a seguir tuiteando. Tal vez incluso retome antes de lo pensado un espacio como columnista al que renuncié por la violencia ambiente. Porque quiero. Porque puedo. Porque mientras haya un espacio para opinar, lo voy a seguir haciendo. Porque me gusta y me entretiene.
5. Esto, al final, fue un favor. Me libraron del personaje, que ya se venía arrastrando hace tiempo. Voy a mantenerlo, sabiendo-que-saben, solo por darme el gusto de no matarlo. Le agarré cariño, qué quieren que les diga. Así que a los que creyeron que con esto me perjudicaban: gracias totales.
6. Agradecer a muchos –algunos conocidos, otros no– que entendieron de qué se trata todo esto.
7. A los que son incapaces de entenderlo, o me atacan por mi apellido, mi trabajo o mis parentescos, dejen de seguirme y se soluciona el problema. O, si prefieren, tomen un par de huevos, un poco de aceite y sal a gusto y hagan una buena dosis de mayonesa casera. Acuérdense, eso sí, de lavar bien los huevos. No queremos lamentar desgracias.