Influenza humana, gripe porcina, AH1N1 o el Apocalipsis

20.5.09 20 Comments

Ya me tienen hinchado con la famosa “influenza humana”. Partiendo por el nombre, y continuando con la paranoia desatada. Es un brote. No, una epidemia. Epidemia no, pandemia. Todo muy apocalíptico. Y al final de los finales, resulta que hay algunos contagiados, que no presentan más síntomas que los de un resfrío común. Ni uno solo grave. Todavía no se sabe de un caso con riesgo vital, y si ni periodistas ni doctores han pronunciado eso de “riesgo vital” es porque no estamos ni cerca. Vamos viendo.

Primero hablaron de “gripe porcina”. Tenía lógica, luego de la crisis de la “gripe aviar” y el mal de las “vacas locas”. Se trataba simplemente de seguir con las enfermedades en clave granjera. Ya habría tiempo para la “influenza caballar”, “el mal del conejo caliente”, la “disfunción del burro”. Pero no. Tenía que aparecer un creativo y cambiarle el nombre por “influenza humana”. Un genio del marketing, un iluminado. La explicación es que este es un virus que afecta a los humanos, ergo, se debe llamar influenza humana. Bajo esa lógica, desde ahora deberemos hablar de cáncer humano, sida humano, resfrío humano, hemorroides humano, stress humano y un largo etcétera de males que afectan a nuestra especie. Así no se puede. No es práctico, señores. Abogo por la economía del lenguaje.

Pero no, vamos insistiendo con la influenza humana. Peor aún: los periodistas, en su afán por clarificar conceptos, por iluminar al vulgo y sacarlo de la penumbra permanente en que se encuentra, han optado por hablar de “influenza humana, ex gripe porcina”, tal como esas calles a las que cambian el nombre pero siguen por los siglos de los siglos manteniendo, incluso en los carteles, su nombre original (recuerdo en este momento dos: ex Marcoleta y ex La Caridad, nombradas actualmente con rimbombantes nombres de personajes extranjeros, prácticamente impronunciables, por los que nadie conoce las mentadas calles). Pero volvamos a la influenza.

Como si fuera poco con lo de influenza humana, y como si fuéramos robots, ahora la moda es hablar de la influenza AH1N1. Está bien, será el nombre oficial, científico, la cepa o lo que quieran, pero nadie va a contar, el día de mañana, que alguna vez se contagió de AH1N1. Esa puede ser una enfermedad que afecte a C3PO o R2D2, pero se contradice absolutamente con la definición de humana que tanto se escucha por ahí. Así que vamos parando la tontera, por favor.

Y ahora resulta que la influenza famosa llegó a Chile. ¡¡¡Al fin!!! Me estaba preocupando ya esta marginación de la comunidad internacional. Todo el mundo pendiente del tema, y ni un solo caso chileno. Ni uno. Este era un tema, aunque nos duela, donde no había presencia chilena. Nada del chileno que trabajaba en el resort en Cancún, ni del turista que se agarró el virus en su viaje por Miami, nada de nada. Chile brillaba por su ausencia. Y eso, reconozcámoslo de una vez por todas, hería profundamente nuestro orgullo patrio, ése acostumbrado a figurar en toda tragedia, por más lejana que ésta sea.

Aparecieron casos en Argentina, Brasil, Perú. El mundo se contagiaba a la velocidad de un estornudo, pero en Chile nada. Las autoridades jactándose de ser un país libre de la pandemia, pero revolviéndose en las noches en sus camas, atormentados por esta exclusión evidente del concierto internacional. Alguno seguro hasta pensó alegar ante alguna corte internacional por esta injusta discriminación.
Hasta que llegó, claro. Tres turistas que la importaron directamente de República Dominicana, probablemente escondida entre las trenzas de sus peinados, pecado imperdonable e inevitable de las viajeras locales a cualquier zona caribeña. Ahí, escondido y a buen resguardo de los sensores y censores del SAG, MINSAL, ISP y tantas otras siglas que buscaban mantener esta insostenible marginación nacional. Ellas y sus trenzas ingresaron victoriosas portando el codiciado virus. Al fin somos parte del mundo.

Casi en paralelo, un joven prócer aportaba con lo suyo. Porque si íbamos a insertarnos en el mapa del AH1N1, debíamos hacerlo como correspondía. Secretamente incubó el virus –aún nadie sabe dónde lo consiguió –y simplemente se enfermó. Clemente, ese héroe nacional, logró lo que las viajeras no pudieron: generar una sicosis absoluta, con cierre de colegios, declaraciones de las autoridades, medios de comunicación vueltos locos, todos presagiando el fin del mundo, la pandemia, el acabóse. Él, mientras tanto, almorzaba en su casa y saludaba a los periodistas desde la ventana, contándoles que “vi a mi mamá en la tele”. Ésa es prestancia. Nos ubica de un empujón a la cabeza en Sudamérica –en este minuto, hay 16 casos confirmados, el número más alto de la región –y ni se inmuta. Un ídolo total.

El país corre a las farmacias, olvidándose de la colusión. Aquí nada importa, hay que comprar mascarillas, jabón en gel, pañuelos desechables, antigripales, vitamina C, lo que sea. La influenza ha logrado que ni siquiera el SERNAC se preocupe de pesquisar los precios de estos productos en las diferentes farmacias. Tampoco podrían: todo está agotado.

Es el fin, señores, a prepararse. Me extraña que aún nadie haya aparecido con la cita precisa del Apocalipsis que remite a los cerdos, o con la profecía certera de Nostradamus. Ni Ayllún ni Yolanda Sultana ni los horóscopos dicen nada. Es que no vale la pena decirlo. El fin se acerca. Es la rebelión de los chanchos, Napoleón, Snowball y compañía nos toman por asalto. Todos los animales somos iguales, pero algunos somos más iguales que otros. Dios nos pille confesados, vacunados, con mascarillas y bien lavados de manos.