Nada que aportar le lleva Twitter

11.6.09 19 Comments




Así es. Desde ahora este humilde e inútil espacio ingresa a todo lo que es el mundo de Twitter. O sea, inutilidades cortas que llegarán directo a quien así lo quiera.

Para los no iniciados (debo decir que toda mi iniciación al respecto consiste en la corta explicación del sistema que un amigo me dio por teléfono y una rápida lectura de “Twitter” en Wikipedia), este sistema consiste básicamente en posteos cortos (nanoblogging, que le llaman), que llegan a los “seguidores” –quienes eligen la opción de recibirlos –a través de la página de Twitter, mensajes de texto, correo electrónico, Facebook y otras aplicaciones que en mi vida había escuchado. O sea, bombardeo total de información.

Así que desde ahora, Nada que aportar se suma al mundo del twiteo (es curioso esto, porque el término ha dado origen a palabras derivadas, se convirtió en verbo y mucho más). Como la actualización de esta página no es tan seguida como yo quisiera –básicamente por un problema de tiempo –este nuevo sistema me permitirá escribir más cosas inútiles, porque –sépanlo ustedes –los mensajes a través de Twitter tienen una extensión máxima de 140 caracteres. Sí señores, 140. Es decir, hay que ir al grano con la pelotudez. No es cosa de extenderse en irreflexiones inútiles como esta, sino que hay que ser preciso: nada de relleno, nada de largas construcciones literarias. Sólo el dato, la reflexión, el comentario preciso. Inútil siempre, por cierto, no se trata de perder la razón de ser.

Así que ya saben. Desde ahora, para recibir la inutilidad diaria –incluso más de una, de ser posible –sólo basta con hacer clic a mano derecha. Para cosas más rebuscadas, más complejas o simplemente cuando tenga más ganas de escribir, éste seguirá siendo su humilde espacio. A ver cómo nos va con el experimento. A todo esto: @nadaqueaportar.

Cuidado con las viejas

9.6.09 7 Comments

No, esto no se trata de un llamado más a valorar a nuestra tercera edad. Ya suficiente de eso hay con la infinidad de fundaciones y corporaciones –reales e inexistentes –que se dedican al tema, que nos atacan en los semáforos, supermercados o a la salida de la estación del metro para colaborar con sus colectas. Que nos llaman por teléfono, haciendo uso de datos privados e interrumpiendo nuestro trabajo o descanso para que aportemos mensualmente con sus loables iniciativas. No señores, este es un llamado a la precaución.


Hace algunos años –en 2005, de hecho –nos enteramos del caso de María Luisa Velasco, madre de un (en ese entonces) connotado ex político. La abuelita, de más de 70 años, fue detenida por la exuberante plantación de marihuana que mantenía en su casa, en el sector alto de la capital. Por más que explicó que era para “uso terapéutico” –la señora sufría de dolores debido a la artritis y el reumatismo que la aquejaban –no hubo caso: se la llevaron a un Centro de Orientación Femenina, ese eufemismo nacional para nombrar a las cárceles de mujeres. Tiempo después, la Corte de Apelaciones de Santiago revocó el procesamiento en su contra, y quedó libre de polvo y paja (no así de cogollos y hojas).


En esos tiempos fue un caso aislado. De ahí –en parte –el revuelo que provocó el caso. Pero la señora no estaba sola. Sin ahondar en los casos que involucran a mujeres de la tercera edad desde 2005 a la fecha, últimamente han aparecido en los medios dos sucesos que reflotaron –al menos en mi memoria –a la señora antes citada.


El primero de ellos, hace alrededor de dos semanas, fue la detención de dos abuelitas de cerca de 80 años que traficaban droga en su casa en la comuna de Providencia, a pocas cuadras de la Escuela de Carabineros. Una de ellas incluso estaba postrada en su cama, por lo que no pudo ser formalizada en el Centro de Justicia. Probablemente era ella, además, la que se encargaba de armar los papelillos con la droga, dada su imposibilidad de levantarse. También puede haber estado a cargo de recibir los pedidos por teléfono, quién sabe. El punto es que las detuvieron con cocaína, pasta base y 38 millones de pesos en efectivo. Mal no les iba. ¿Para qué necesitaban tanta plata? Ya lo veremos más adelante.


La semana pasada, en tanto, se produjo el segundo caso. Una amable ancianita de 70 años que, discutiendo con su arrendataria en el sector oriente de la capital, disparó un “arma de fuego” –tecnicismo usado por los periodistas cuando se les olvida preguntar si se trató de una pistola, un revólver, una escopeta o un arma hechiza –hiriendo al adolescente hijo de la “rentadora” (término utilizado por un diario de circulación nacional para referirse a la arrendadora). ¿De dónde sacó esta anciana el arma utilizada? ¿Cómo es que nadie se hizo esa pregunta?


Todo esto me hace cuestionarme tanta paranoia con sectores marginales de la población, estigmatización de poblaciones completas, temor ante pandillas que deambulan por las calles de nuestra ciudad. ¿No será que hay una rebelión gestándose? ¿No vendrá el tiempo de las abuelas marginales? ¿Serán esas reuniones de ancianas –supuestamente para jugar canasta o tejer bufandas –lo que parecen? Yo creo que no. Estoy casi seguro de que se acerca el tiempo de las viejas violentistas, que amparadas por su supuesta indefensión nos arrebatarán el poder a todos los que pertenecemos a otros grupos etáreos. De hecho, creo que están trabajando silenciosamente en ello hace algún tiempo. ¿O a alguien se le ha ocurrido comprobar si, tras las capuchas y pasamontañas que aparecen en cada toma o protesta violenta, se esconde una veterana infiltrada? No señores, nadie lo ha hecho. Ellas siguen al amparo de la noche, con sus tubos en el pelo, sus pantuflas y sus batas, urdiendo actos vandálicos, coludiéndose para llegar al poder, para tomárselo por la fuerza si es necesario. Para eso traficaban drogas las ancianas de Providencia. Para financiar la rebelión. Y ya tienen un buen arsenal para hacerlo, de ahí salió el arma de la anciana que le disparó al quinceañero.


Reaccionemos. No podemos quedarnos como aquel pobre asaltante que hace un par de años inocentemente fue a quitarle la cartera a Julita Astaburuaga –estandarte de esta peligrosa tribu urbana en que han devenido las señoras mayores –para quedar machucado a punta de carterazos y sin botín alguno, mientras la victimaria –por más víctima que pareciera en un primer momento –mostraba orgullosa un ojo en tinta y algunas magulladuras, casi nada comparado con las lesiones del incauto lanza.


Este es un llamado a estar atentos. Si en el semáforo ve a una viejecita temerosa de cruzar la calle y siente el impulso de ayudarla, ¡no haga tal! Más bien cámbiese de vereda y aléjese raudo, que en el momento menos esperado puede llegarle un carterazo malintencionado y certero que lo haga dimensionar de golpe –literalmente –el alcance de esta nueva raza en ciernes. El momento de las viejas ha llegado.